¿Como funciona el correo electrónico?
Una de las curiosidades que casi todo el mundo conoce, es que el origen de Internet fue militar. Poco antes de que los Beatles comenzaran a arrasar en toda Europa y los hippies y el Mayo del 68 pretendieran cambiar el mundo, allá por el año 1962, nace ARPANET. Esa es su primera denominación y surge para satisfacer la demanda el Departamento de Defensa americano que tenía un objetivo: poder comunicarse , de un modo discreto y sobre todo en circunstancias de guerra o aislamiento.
Inicialmente, una de las grandes prestaciones perseguidas por esa red, era lo que ahora denominamos correo electrónico. Y como toda comunicación del ejercito que se precie, debería cumplir un requerimiento esencial: no poder ser leida ni entendida por el enemigo. Para ello se pensó en trocear el mensaje en diferentes partes, que viajarían por lugares distintos, alejados e imprevisibles, para finalmente juntarse todos y formar una sola pieza al llegar al destinatario final: el mensaje inicialmente escrito
Así funciona tu correo. Cuando envias un email, este se divide en paquetes y cada uno de ellos viaja por el ciberespacio, con rutas dispares, para finalmente unirse todas las partes en un solo cuerpo que es lo que tu acabarás leyendo. Pero ¿ quieres saber detalles de ese viaje? Supongamos un email, con origen en Madrid y destino Colombia, al otro lado del óceano.
El 95% de correos, videos y transacciones en la web no llegan a los usuarios por satélite.Internet no está hecha de aire. A pesar de rodearnos y saturarnos como el éter, la podemos palpar, mapear y fotografiar porque tiene venas, nervios y hasta un corazón palpitante. A diferencia de lo que muchos imaginan, el 95 por ciento de nuestros correos electrónicos, videos en YouTube, chats en Facebook, videoconferencias en Skype, transacciones bancarias y comunicaciones estatales, militares y financieras no nos llega del más allá por un satélite. Todo ese tráfico (más el de la telefonía fija y celular) corre a casi la velocidad de la luz por fibras ópticas, hebras del grosor de un cabello, envueltas en siete capas de materiales protectores, que reptan como serpientes submarinas entre todos los continentes, excepto la Antártica.
Por eso, si vaciamos el agua de los océanos, el lecho marino se vería tapizado con más de un millón de kilómetros de cables negros del tamaño de mangueras de bomberos: las arterias de Internet. Corte algunos de esos cables y la señal se apagará en Madrid, Miami o Tokyo. En esta infografía, tienes el resumen del viaje completo desde su origen de un correo electrónico.
El
viaje de un correo electrónico entre Europa y Norteamérica toma
0,0030 segundos. Otro tanto de allí a Sudamérica. Seguirlo
en cámara lenta ilustra la anatomía, los desafíos, la alta
tecnología y la vulnerabilidad física del sistema mundial de redes
de computadores que rige nuestra existencia.
La
travesía transatlántica comienza una mañana en Madrid, cuando,
sentado en un café Internet de la Plaza Mayor con servicio
inalámbrico gratuito, envias a Bogotá,
un corto texto de unos 50 bits.
Con
un clic, el mensaje desaparece de la pantalla, vuela hacia una antena
en la estación base wi-fi y se precipita bajo tierra hasta el nodo
de acceso internacional a la red NAP de las Américas-Madrid, en la
calle Yécora, 4. Este edificio de 2.000 metros cuadrados, operado
por Terremark y la Comunidad Autónoma de Madrid, es la puerta de
enlace del sur europeo con las Américas, el Caribe y el norte de
África. Y es una de las razones por las cuales Madrid es la undécima
capital mundial de conectividad en la red.
Si
el mensaje fuera más largo, superior a los 2.000 bits, sería
dividido en ‘paquetes’ para hacer su traslado más eficiente. Al
llegar a su destino final, los paquetes se volverán a unir para
conformar el mensaje completo. Mi correo electrónico entra a una de
seis redes troncales de fibra óptica del NAP. Un sistema de
comunicaciones de fibra óptica funciona convirtiendo la señal
eléctrica producida en el ordenador en una señal de luz. Dentro de
las hebras de vidrio de 1,5 milímetros, la información es empujada
por pulsos continuos de rayos láser, alimentados por una corriente
de 10.000 voltios. Al llegar a su destino, la señal óptica es
convertida nuevamente en una eléctrica, legible a nuestros ojos.
Mi
mensaje desde Madrid viaja entonces hasta Conil de la Frontera, en
Cádiz. Pocos saben que la tranquila ciudad blanca representa tan
importante punto neurálgico en las telecomunicaciones
internacionales. La información llega a la estación del poderoso
cable submarino Columbus III, construido por Tyco, Alcatel y Maristel
y operado por un consorcio internacional que incluye a Telefónica. El
cable repta hasta alguna de las playas de Conil y desaparece bajo las
olas sin que nadie sospeche de su existencia.
Con
suficiente banda ancha
Activo
desde el 2000, Columbus III se extiende 10.000 kilómetros bajo el
Atlántico (más distancia submarina que cualquier otro sistema de
cable transatlántico hasta el momento), para emerger en Hollywood,
en el sur de la Florida. El sofisticado cable, de 185 millones de
euros, conecta a Estados Unidos, las Azores, Portugal e Italia.
Anidados en su centro hay dos pares de fibras ópticas de vidrio
(cada par maneja el tráfico en una dirección).Por
cada hebra pasan cinco gigabits de información por segundo, para un
total de 20 Gbps, el equivalente a 250.000 llamadas telefónicas
simultáneas. Con capacidad de aumentar a 40 Gbps y luego a 160 Gbps,
o 1,6 terabits por segundo (un proyecto en curso), Columbus III
seguirá teniendo, por ahora, suficiente banda ancha para que
millones de personas vean sus videos en línea sin un solo parpadeo.
Otros avanzados sistemas de cable, como el Apollo, que conecta a
Londres con Nueva York, están trabajando en ofrecer 3,6 terabits por
segundo.La
voracidad de los consumidores de banda ancha crece exponencialmente,
cortesía de dispositivos como el iPad. La consultora TeleGeography
calcula que para el 2015 la demanda internacional habrá crecido 40
por ciento, por lo que necesitará 40 terabits por segundo.
Para
acomodarse a lo que viene, los ingenieros dejaron capacidad extra
dentro de estas fibras ópticas, una medida similar a planear una
carretera en la que se puedan usar los arcenes como
carriles adicionales. Además, los expertos maximizan el uso de las
fibras ópticas enviando la información en forma compacta, es decir,
copando la autopista con autobuses llenos, en lugar de coches con un
solo ocupante.
Mis
50 bits provenientes de Madrid están ahora sumergidos a pocos
kilómetros de Conil. Columbus III está siendo castigado con el duro
asalto de la cercanía costera: el oleaje y las mareas frotan el
cable contra el fondo. Las rocas conspiran para cercenarlo. Las dunas
de arena quieren hacerlo cambiar de dirección. Las anclas de los
buques le caen encima. Las redes de los pescadores se enredan en él.
Y la fauna marina se empeña en morderlo o colonizarlo. Los
tiburones, especialmente, se ven atraídos por el campo
electromagnético generado alrededor del cable (en los años 80, AT&T
reportó que su primer cable de fibra óptica entre Gran Canaria y
Tenerife sufría bajas constantes a causa de los frecuentes ataques
del tiburón cocodrilo. Al parecer, los campos eléctricos
reproducían los movimientos de su presa).
Afortunadamente el cable está cubierto de afuera hacia adentro por siete capas. Este
blindaje hace que cada metro pese 10 kilos. A
medida que la manguera se sumerge, siguiendo el contorno del lecho
marino, las amenazas cambian. En lugar de pescadores hay terremotos y
volcanes. En vez de tiburones hay cachalotes, que quizás confunden
la manguera con el brazo de un calamar gigante o se enredan por nadar
con la boca abierta. Y, quién sabe, quizá algún que otro terrorista.
Además, están la gélida temperatura y la presión hidrostática:
la interacción entre la electricidad, el agua salada y la presión
producen hidrógeno en forma de gas, que ataca las fibras ópticas y
otros componentes del sistema.
Cualquiera
que sea la razón, los cables submarinos viven sufriendo daños y
requieren atención constante. Los 11 enormes buques cableros de Tyco
y otras empresas no dan abasto. Localizar, subir a bordo, reparar y
recolocar un cable que está a miles de metros de profundidad exigen
el uso de un sumergible robot y manos de cirujano para reconectar las
casi invisibles fibras ópticas con cinta adhesiva, a veces en mares
tormentosos. Y requiere tener cuidado con los 10.000 voltios de
electricidad que corren dentro del cable. Pero la mayoría de los
sumergibles solo trabaja a 4.000 metros, y la mayor parte del cable
no solo está a una profundidad de 7.000 metros, sino que yace
enterrado bajo el cieno. Así que los reparadores recurren a un
anzuelo gigante montado sobre una cuerda y ayudado por sensores para
detectar la manguera.
A
pesar de las roturas constantes, los usuarios de Internet en las
rutas más transitadas apenas si las sentimos porque el tráfico es
desviado instantáneamente a otras ‘autopistas’ paralelas. Pero
en partes del mundo donde hay menos cableado, la rotura de un par de
líneas importantes puede dejar ‘a oscuras’ a países enteros,
como sucedió en el 2006, cuando un terremoto de magnitud 7 arrancó
los cables entre Filipinas y Taiwán, que dejó sin conectividad al
sureste asiático. Y en el 2008, cuando el Mediterráneo perdió
cinco cables al tiempo, la India y Oriente Próximo quedaron
semiaislados durante semanas.
En
las frías profundidades del Atlántico,el correo llega a una de las
90 repetidoras colocadas cada 100 kilómetros a lo largo del Columbus
III. Cada una es un sofisticado dispositivo alargado que amplifica la
señal, debilitada por el viaje, dándole, literalmente, una patada
en el trasero.
La
‘fortaleza digital’
Finalmente,
Columbus III emerge en la terminal de la calle 215 NE en Hollywood
(Florida). El email sigue la ruta de menor esfuerzo, hasta el centro de Miami, para entrar en el
búnker sin ventanas de Terremark. El edificio, de seis pisos y
paredes de concreto reforzado, es uno de los más conectados y
cableados del mundo. Capaz de aguantar huracanes categoría 5, con
vientos de 250 kilómetros por hora, esta casi inaccesible ‘fortaleza
digital’ es uno de los principales bastiones de Internet en EE. UU.
Nada menos que el punto de acceso e intercambio del 90 por ciento del
tráfico entre ese país, Latinoamérica, el Caribe y el sur europeo.
Si
los cables submarinos son las venas y arterias, podría decirse
que este, el NAP de las Américas-Miami, es el corazón de Internet. Un
ramillete de cables entre tubos de acero que emergen del suelo para
seguir hasta el techo, forrar las paredes y conectarse con los 1.400
clientes corporativos y de gobierno de Terremark. Esos clientes
incluyen a Facebook, Nikon, el Departamento de Defensa, USA.gov,
VeriSign (que provee infraestructura para transacciones financieras
en línea) y la ICANN, la organización que otorga los nombres de los
dominios de las websites.
Los cables se
dividen hasta llegar a los cubículos que todos esos clientes tienen
en diferentes pisos . Cada cubículo es
una jaula de metal llena de discos duros con lucecitas que parpadean
constantemente y desde los cuales se envía la señal de cada cliente
a servidores en el resto del país, que a su vez la despachan a los
computadores individuales de los usuarios. A su vez, la información
estatal es enviada a otra fortaleza nueva de Terremark, en Virginia,
un edificio guardado por fuerzas entrenadas en antiterrorismo.
El email está navegando en alguna parte de este lugar con aires acondicionados poderosos que
mantienen la temperatura a constantes 24 °C; transformadores para
garantizar que nunca haya un pico de electricidad, y generadores
diésel para asegurar autosuficiencia durante semanas. En un
desastre, la ciudad de Miami tiene órdenes de restaurar la
electricidad de este lugar al mismo tiempo que la de los hospitales y
la policía. El sitio es virtualmente inexpugnable. Tiene que serlo.
Si su proveedor de Internet local se cae, es malo. Pero si algo grave
sucede aquí, Internet se apagaría a escalas globales, lo que
generaría un caos.
No
existe un aspecto de la sociedad que no dependa de Internet. Cada minuto subimos 20 horas de video a
YouTube. Cada año colocamos 70.000 kilómetros de cable bajo
tierra y mar.
Tampoco
hay que olvidar los satélites. Aunque la capacidad de los cables
submarinos de acarrear información se mide en tera y gigabits por
segundo, mientras que la de los satélites es de megabits (al menos
por ahora), los satélites llegan a lugares del mundo continental a
donde un cable enterrado no puede, como poblaciones en montañas
remotas o continentes con poca infraestructura. De ahí que el futuro
está en el uso a fondo de ambas tecnologías.
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